MIRANDO AL MAR
Todos los rotos y las sombras
que descomponen mi memoria
son dioses de barro y de cartón
que, hambrientos de soles,
fermentan en tu vientre
sin atenerse a la razón.
Me abrazo a todos los brazos
que renombran y reclaman
como patria y mi bandera,
y muero en todos los besos
que resucitan con el alba,
aquellos que retozan en mis manos,
los que crecen con la luna
y despegan, sin más, por la mañana.
Eres tú mi corriente y mi remanso,
el continente que me espera,
la lectursa de mis años;
eres tú el que me llena y me vacia,
donde reciclo mis errores,
quien desvela mis mentiras.
Eres tú el que me siembra coplas
en mi alma destemplada,
el que me ahoga entre la arena
y me restaura en la resaca.
Eres tú el que me incita, me provoca,
me seduce, me atropella, me delata,
quien me arrastra al infinito
me traduce y me emborracha,
el que nunca me empobrece ni limita
encadenando mis ojos a su espalda.
Camino a trompicones por la vida
cual mariposa con las alas recortadas,
navego por las amplias avenidas
que tu cuerpo, abierto, me regala
y con la imperfección que me redime
y las debilidades que me atrapan,
voy limando la incertidumbre
que me sola y me denuncia,
que me juzga y me embarga;
ensartando verdades y complejos,
limo cicatrices y esperanza,
el cielo con las piedras,
el deseo y la curdura,
las dudas y temores que me asaltan,
las tildes y las comas,
el dolor de los silencios,
las luces que me atan,
las negaciones de los verbos,
que destilan los recuerdos
en las esquinas de una cama.
Con la vista puesta en otros faros,
me amotino, insumisa, contra el viento
y, atravesando el sol de tu regazo,
echo el ancla en cada puerto
arañando el canto de los peces
y la sal de los milagros.
Con los ojos del cielo que me mira
y las velas siempre desplegadas,
arremeto contra el tedio de mis días
sin que el miedo me condene
a ser vergüenza entre la nada...
y rompo la hipocresia de los moldes
que diseña el viento y las palabras,
aquellos que me arruinan lentamente
y siendo grano, me relegan a la paja.
Y me derramo, feliz, en el silencio,
como la sangre llora ante la espada,
allí donde me encuentro con la vida,
allí, donde los demás sólo ven agua.
Todos los rotos y las sombras
que descomponen mi memoria
son dioses de barro y de cartón
que, hambrientos de soles,
fermentan en tu vientre
sin atenerse a la razón.
Me abrazo a todos los brazos
que renombran y reclaman
como patria y mi bandera,
y muero en todos los besos
que resucitan con el alba,
aquellos que retozan en mis manos,
los que crecen con la luna
y despegan, sin más, por la mañana.
Eres tú mi corriente y mi remanso,
el continente que me espera,
la lectursa de mis años;
eres tú el que me llena y me vacia,
donde reciclo mis errores,
quien desvela mis mentiras.
Eres tú el que me siembra coplas
en mi alma destemplada,
el que me ahoga entre la arena
y me restaura en la resaca.
Eres tú el que me incita, me provoca,
me seduce, me atropella, me delata,
quien me arrastra al infinito
me traduce y me emborracha,
el que nunca me empobrece ni limita
encadenando mis ojos a su espalda.
Camino a trompicones por la vida
cual mariposa con las alas recortadas,
navego por las amplias avenidas
que tu cuerpo, abierto, me regala
y con la imperfección que me redime
y las debilidades que me atrapan,
voy limando la incertidumbre
que me sola y me denuncia,
que me juzga y me embarga;
ensartando verdades y complejos,
limo cicatrices y esperanza,
el cielo con las piedras,
el deseo y la curdura,
las dudas y temores que me asaltan,
las tildes y las comas,
el dolor de los silencios,
las luces que me atan,
las negaciones de los verbos,
que destilan los recuerdos
en las esquinas de una cama.
Con la vista puesta en otros faros,
me amotino, insumisa, contra el viento
y, atravesando el sol de tu regazo,
echo el ancla en cada puerto
arañando el canto de los peces
y la sal de los milagros.
Con los ojos del cielo que me mira
y las velas siempre desplegadas,
arremeto contra el tedio de mis días
sin que el miedo me condene
a ser vergüenza entre la nada...
y rompo la hipocresia de los moldes
que diseña el viento y las palabras,
aquellos que me arruinan lentamente
y siendo grano, me relegan a la paja.
Y me derramo, feliz, en el silencio,
como la sangre llora ante la espada,
allí donde me encuentro con la vida,
allí, donde los demás sólo ven agua.
Ana Cristina Pastrana
3er. Premio en el VI Certamen Ataecina
3er. Premio en el VI Certamen Ataecina
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