negué la desazón y el desconsuelo
en el pañuelo tibio de mi orgullo.
Desafié a las rocas de la orilla
enarbolando la dureza de mi pecho,
más consistente que el simple acantilado,
donde se desmenuzan en espumas
las furias de oleajes indomables,
de un mar de contratiempos insondables
del negro más profundo y más doliente.
Ni siquiera demostré estar contrariado.
Te extendí mi ademán de despedida
con mi abierta sonrisa en el semblante.
Me alejé de aquel niño consentido
que rogó el ir andando de tu mano
y que hallaba el rumbo de la vida
si no eras la cicerone de sus pasos.
De ojos hacia afuera fui el más fuerte,
a quién menos le importaba la tragedia
de la desmoronación de los castillos,
donde vivieron las fundadas esperanzas
de una fidelidad con dos vertientes.
Me di la vuelta. Y desandé toda la calle,
hasta desenbocar en la alameda,
en donde, oculto por las ramas, de tu vista,
me emborraché asolas, sin remedio,
con el ácido licor que dan mis lágrimas.
J. S. del Viejo.
2º clasificado en el premio San Pedro
de Puebla de la Calzada (Badajoz) 2008
2º clasificado en el premio San Pedro
de Puebla de la Calzada (Badajoz) 2008
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