que creía conduce a mi destino,
sin gozar del aroma de las flores
campesinas, ni oír al chamarín
elaborar su canto en la enramada.
Me bañaba los pies en los arroyos,
que de la sierra parten hacia el mar,
sin notar la frescura de sus aguas
ni sentir el alivio de sus roce,
cuando mis pasos hollaban su curso.
Un aura mansamente me besaba,
siguiendo las quebradas de la piel,
para aliviar el peso del esfuerzo;
más no me daba cuenta de su arrullo
sumido en un empeño temerario.
Seguía hacia una luz, que me arrastraba
por la senda que lleva a lo inaudito,
anhelando saber más de las cosas.
Intentando acaparar el exito,
sin deliquio apremiaba aún más el paso.
Así de encandecido proseguia,
cuando fuí a trapezarme con un risco
y de bruces me hallé en el duro suelo.
Maldecía tal hecho fieramente
cuando oí una voz que me imprecaba:
¡Caminante, despierta, caminante!
¿Hacia dónde conduces tu andadura
que no percibes cuanto te rodea?
¿Qué emncomienda te absorbe de esa forma?
¿Qué empíreo sentimiento te reclama?
¿Por qué haces blasón de tu torpeza
y de esa forma alteras mi reposo,
cuandoandaba en el estro serenado
de gozar de los mágicos instantes
que el campo nos depara como ofrenda?
Atónito aguanté tal invectiva,
y prontop comprendí mi lacería:
¿Trás qué lauro me muevo torpemente
que ignoro la belleza de las cosas?
¿Qué me mueve hacia tanto despropósito?
Prístino es el tesoro que me pierdo;
pues huyo del undísono pulsar
del agua que discurre cristalina,
y del mélico canto de las aves,
sumido en un mortal desasosiego...
Me pierdo de gozar, las aromosas
señales con que el campo me convoca,
para hacerme partícipe del acto,
sin saber que camino, sin remedio,
a un dubio e inquebrantable atardecer.
Francisco Rangel Rodríguez
2º. premio Colectivo Ataecina 200907
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