lunes, 16 de noviembre de 2009

VI CERTAMEN COLECTIVO ATAECINA

UN DÍA, EN TU VIDA, DESCUBRES…

Un día, en tu vida, descubres
“ya que
y esto no son palabras, son latidos…”
Luis Rosales

Un día, en tu vida, descubres
que bajo las cornisas se tus parpados no quedan pájaros,
solo aquellos que envejecen cuando llega el invierno
y clava su aguijón en los nublados y lluvia
en los huecos helados de tu frente.
Y descubres que tus labios son labios sin agua,
como si una ráfaga de aire arrancara de raíz,
quién sabe por qué, tus deseos desistir,
bostezan la luz las ventanas,
llenas de ruidos que se disipan,
y no escuchan la voz de un corazón
que derrama con cada latido pétalos marchitos
y puñales con lágrimas de ausencia,
pesan los minutos en tu reloj de pulsera
y el pulso de tus arterias anuncia los naufragios
de un calendario que muere a trozos
para ahuyentar el frío que se posa en sus hojas despobladas,
duele el amor en las líneas de la piel
mientras pagas las facturas del olvido,
y agonizas despacio, muy despacio…
porque el mar al que llegas ya no pone nombres al viento
ni a las olas, ni a la geometría azul de las mareas,
ni deja caricias sobre el agua que midan la distancia
que existe entre tus manos y el horizonte,
y se te quedan todas las playas huérfanas de arena,
desnudas de palabras y lenguajes,
y agonizas despacio, muy despacio…

Pero un día, en tu vida, presientes
que regresan los pájaros
desescombrando inviernos, nublados y lluvia,
y que todo en ti es mar, manos y horizonte
según el nombre que le pongas al viento,
a las olas o a la geometría azul de las mareas,
y enferma de voces y lenguajes el corazón
mientras hablan tus arterias y sacias tu sed con otros labios,
no necesitas ningún reloj porque llevas en tus manos
el mapa que mide la distancia infinita entre dos besos,
dibuja el amor temblores en la piel
prolongando la luz más allá de las ventanas,
y se esconden las heridas en el olvido
para que cruces las calles sin mirar el color de los semáforos.
Un día descubres
que no estás muerto,
que te sorprende la vida cuando limpias tus manos
y te sangran los dedos caricias inéditas,
quién sabe por qué,
se destiñen tus cabellos blancos en latidos
delatándote en un impaciente empeño de vivir.

Y sin embargo,
un día descubres que a pesar de los días,
la vida conserva el rostro de todo lo que tocas,
porque llega, secuestra tus zapatos,
y deja tus pies como pequeños marineros
sumergidos en el alma de los peces,
te levanta de improviso de la cama,
limpia los muebles de polvo y de sombras,
y conjuga la luz de las bombillas
en futuros imperfectos trazados con urgencia
que ineludiblemente se nos van de las manos
para morirse de repente,
como se nos mueren los sueños, los silencios,
el sudor de la almohada, los pantalones cortos,
el jeroglífico de tiza que viste nuestro cuerpo,
quién sabe por qué,
se fracturan en tempestades de sal sobre tu vientre
y se te queda en la piel,
justo en el centro donde pronuncio tu nombre
y me escucha.

Francisco Javier Silva Sánchez
1er. Premio en el VI Certamen Ataecina

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